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Thianna

Destino

Poco a poco el tejido de la Telaraña fue cambiando, al principio de manera imperceptible, luego acusadamente tiñendo el camino entre mundos de la oscuridad más penetrante que Sayëan había contemplado nunca. Sabía que su padre también lo sentía a través de los sentidos de su cuerpo de Hueso Espectral.

- Estamos llegando - susurró el Señor Espectral sacando de sus cavilaciones a Sayëan.

- Yo también lo noto, padre... la Telaraña se muere - dijo señalando con la mirada hacia el exterior.

- La Oscuridad la destruye, como a cualquier otra cosa que trate de florecer aquí... - Incluso a través del extraño tono producido por los circuitos de hueso espectral Sayëan podía notar la tristeza en la voz de su padre.

- Estamos llegando, Kano - confirmó el navegante del transporte. - Saldremos de la Telaraña en 5... 4... - Sayëan se limitó a sujetarse con calma mientras la cuenta atrás llegaba a su fin.

El habitual fogonazo al que estaban acostumbrados al romper la Telaraña esta vez no se produjo. En su lugar un cielo negro recibió las naves una a una, que parecieron detenerse en el espacio. Sin embargo, sabían que estaban sobre la superficie de un planeta, un planeta que no veían.

- Estamos a cien kilómetros sobre la superficie, Kano. - A pesar de su tono calmado el piloto parecía nervioso. Volaba a ciegas, sólo guiado por los instrumentos de la nave. - Iniciamos salto a la superficie.

Esta vez sí se produjo el fogonazo, aunque tremendamente amortiguado por las sombras que les rodeaban. Un instante más tarde un segundo fogonazo rasgó el espeso aire sobre la superficie colocando las naves bajo la siniestra capa de nubes que parecía cubrir todo el planeta.

Sobre ellos podían distinguir las nubes, oscuras e inmóviles, que desde arriba absorvían toda la luz impidiendo ver el planeta desde el espacio. Por debajo la luz absorvida se convertía en una perpetua penumbra apenas perceptible rota únicamente por algunos remolinos viscosos que iluminaban la desolada superficie.

Bajo las naves el suelo se movía a gran velocidad, cubierto de tremendas grietas y cañones aún más negros que la tierra muerta de la que parecía estar hecho. No había nada más. Ninguna construcción, ni montañas, nada vivo o que lo hubiese estado en el pasado. Sólo una piel oscura agrietada por el paso del tiempo y la presencia de la Oscuridad.

- ¿Dónde estamos? - preguntó Sayëan a través de su casco. Al otro lado del enlace la habitual respuesta inmediata fué sustituida por un silencio lleno de dudas.

- Creo... creo que volamos hacia el norte, a unos doscientos kilómetros del blanco - Obviamente el piloto no estaba seguro de su posición sin referencias seguras ni más guía que unas coordenadas casi tan antiguas como el propio planeta.

- Sigue la ruta prevista - dijo Sayëan en un tono lo más calmado posible tratando de contagiar dicha tranquilidad al piloto.

- Tranquilo, el camino es correcto - le susurró su padre mirándole de soslayo.

Confirmando sus palabras apareció ante ellos una ligera elevación en el horizonte que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en una meseta que abarcaba toda la superficie delante de ellos como si un muro dividiese el mundo. Las naves se elevaron ligeramente para alcanzar la meseta y continuaron su vuelo apenas unos metros sobre el suelo.

Al diferencia del resto de la superficie, la meseta parecía estar cubierta de colinas y otros accidentes en el terreno. Sin embargo, el suelo seguía siendo oscuro y muerto.

- Descendamos - dijo repentinamente el Señor Espectral - Ahora.

- Descended - ordenó Sayëan al piloto, que transmitió la orden al resto de naves con cierto alivio en su voz.

Con un siseo apenas perceptible las naves se posaron en la superficie levantando una ligera polvareda. En unos segundos las primeras escuadras se desplegaron formando un perímetro de seguridad. Cada guerrero dejaba un camino de huellas en el polvo desde las compuertas hasta su posición.

Incluso con los cascos puestos cada uno podía sentir el aire seco y caluroso que les rodeaba. Sin duda nada vivo podría soportar mucho tiempo la sofocante y espesa atmósfera del planeta.

Sayëan descendió del transporte escoltado por una escuadra de Ejecutoras y esperó junto a la compuerta a que desembarcase su padre. Este bajó con cuidado de la nave, irguiéndose cuan alto era mientras contemplaba sin ojos el terreno circundante. Sayëan lo observó recorriendo el enorme cuerpo con la mirada.

Durante el viaje por la Telaraña los técnicos habían terminado de ensamblar y ajustar las armas del Señor Espectral, revisando cada detalle en busca de desperfectos o averías. El hueso espectral estaba desgastado por el tiempo en muchos lugares que habían sido delicadamente reparados y protegidos con materiales más mundanos formando una segunda coraza. Sayëan lamentó que los arreglos tuviesen que ser tan poco elegantes, pero hacía mucho que los Ëaressi apenas disponían de la tecnología necesaria para mantener un señor espectral en perfecto estado.

- Estoy bien, hijo mío - dijo su padre intuyendo sus pensamientos. - Soy viejo, pero aún puedo luchar.

Como recalcando sus palabras, el Señor Espectral sopesó el arma principal que portaba, un enorme cañón shúriken que al contrario que los de otros señores espectrales sostenía con sus propias manos. Por un momento, con la coraza improvisada y sus armas, Sayëan vió en su padre lo que fué en vida: Un guardian sosteniendo su catapulta, listo para el combate. En el fondo, la intención de quienes habían cuidado del cuerpo del Señor Espectral había sido precisamente esa. Un enorme guardian.

- Haremos el resto del camino por la superficie - No tenía sentido arriesgar las naves. - Sacad los vehículos.

Obedeciendo sus órdenes, los vehículos del destacamento fueron sacados con cuidado de las bodegas de los transportes. Falcones, serpientes, motos y otros vehículos fueron formando dentro del perímetro mientras los guerreros esperaban para abordarlos. Una vyper modificada para el transporte, copiada de las usadas por los Arlequines, se detuvo junto al Señor Espectral, dispuesta para transportarlo.

Un ligero siseo a su espalda llamó la atención de Sayëan, que se giró lentamente.

- ¿Te encuentras bien? - preguntó preocupado.

- Estar bien... Aire raro... No vida. Pero estar bien. - La gutural voz de Brokaar denotaba el esfuerzo que le estaba suponiendo cada bocanada de aire. Sin embargo a cada segundo que pasaba su pecho parecía respirar con más facilidad. La proverbial adaptabilidad de los Kroot nunca dejaba de sorprender a Sayëan. - Oler ojos. - dijo de repente el jefe Kroot mirando a su alrededor.

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