Cazadores
Brokaar gruñó entre dientes cuando notó el olor. El aire apestaba a sangre y mortandad. En otro momento eso hubiese despertado su apetito, pero dadas las circunstancias no presagiaba nada bueno. Hizo una ligera señal con la mano a los otros hurones y a los dos eldar que le acompañaban.
El pequeño grupo se adelantó silenciosamente hasta llegar al claro. Una vez más Brokaar se sorprendió, gratamente, del silencio con que caminaban los exploradores de su patrón en comparación con el resto de las otras tropas eldar. A él y a los kroot de su tribu, los Hurones Baakun, las demás razas siempre les habían parecido torpes y ruidosas al moverse por la selva, pero le agradaba ver que no todos eran iguales.
Con una mueca de disgusto mezclada con respeto recordó a otros seres que consideraban la selva su medio natural. Pero ahora los nativos de Catachán estaban muriendo, al igual que el resto de los humanos. Brokaar recordó la palabra que usaban los Eldar para referirse, mon-keigh, y que tan difícil le resultaba pronunciar.
Pero se había empeñado en aprender tanto como pudiese de sus patrones. Eran conocimientos que podrían serle útiles en el futuro, a él y a su tribu. Aunque no le gustaba la altivez con que se comportaban, los Ëaressi habían acabado por gustarle. Menos sociables que sus anteriores patrones, los Tau, se habían ganado su respeto a pesar de todo. Permitían que siguiesen sus costumbres, aunque algunos de ellos les considerasen salvajes, y pagaban bien por los servicios proporcionados por la tribu de Brokaar.
Instintivamente miró el rifle de fusión que los Ëaressi le habían proporcionado, cubierto ahora por las marcas de la tribu. Recordó con una sonrisa la cara del Cantor Eldar que se lo entregó cuando lo embadurnó de sangre y lo envolvió en un tapiz mugriento. El sentido de la estética de los eldar le desconcertaba, pero a la vez le atraía.
Sacudió la cabeza para concentrarse en su tarea, guiando al grupo hacia el claro. Dos de sus exploradores regresaron del borde de los árboles para contar lo que habían visto. Los eldar que le acompañaban se esforzaron por comprender la secuencia de siseos, gestos y susurros que constituían el lenguaje de caza de la tribu. Se habían esforzado mucho por aprenderlo, aunque apenas fuese en una fracción de su riqueza.
Caos, pensó Brokaar. Vio como los eldar se tensaban al comprender lo esencial del mensaje. Con una seña ordenó a los exploradores kroot que volviesen al borde del claro para vigilar, mientras dirigía al resto de la partida dando un rodeo. Quería atraparlos entre un fuego cruzado. Ya se había enfrentado a los marines traidores (aunque su traición no era de su incumbencia, sino del resto de los humanos), y no le gustaban. Su maldad era una afrenta para los espíritus, y además su corrupta carne no era comestible. Le agradaría destruirlos.
Con otra seña indicó a los eldar que tomasen posiciones entre los árboles. Se encargarían, junto a sus propios exploradores, de cortar el paso a los marines del Caos cuando el grueso de la partida de caza atacase el contingente enemigo.
Desde el borde del claro, casi al otro lado de las posiciones de los eldar y sus exploradores, observó las grandes armaduras moverse torpemente (al menos para él) alrededor del campamento. Los centinelas miraban sin ver hacia la selva, casi en la dirección de Brokaar y su grupo. Sabía que no le verían.
Con un leve suspiro, Brokaar cogió aire...
- ¡SKREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE! Al unísono, la partida de guerra de los Hurones Baakun cargó saliendo de la selva.
El pequeño grupo se adelantó silenciosamente hasta llegar al claro. Una vez más Brokaar se sorprendió, gratamente, del silencio con que caminaban los exploradores de su patrón en comparación con el resto de las otras tropas eldar. A él y a los kroot de su tribu, los Hurones Baakun, las demás razas siempre les habían parecido torpes y ruidosas al moverse por la selva, pero le agradaba ver que no todos eran iguales.
Con una mueca de disgusto mezclada con respeto recordó a otros seres que consideraban la selva su medio natural. Pero ahora los nativos de Catachán estaban muriendo, al igual que el resto de los humanos. Brokaar recordó la palabra que usaban los Eldar para referirse, mon-keigh, y que tan difícil le resultaba pronunciar.
Pero se había empeñado en aprender tanto como pudiese de sus patrones. Eran conocimientos que podrían serle útiles en el futuro, a él y a su tribu. Aunque no le gustaba la altivez con que se comportaban, los Ëaressi habían acabado por gustarle. Menos sociables que sus anteriores patrones, los Tau, se habían ganado su respeto a pesar de todo. Permitían que siguiesen sus costumbres, aunque algunos de ellos les considerasen salvajes, y pagaban bien por los servicios proporcionados por la tribu de Brokaar.
Instintivamente miró el rifle de fusión que los Ëaressi le habían proporcionado, cubierto ahora por las marcas de la tribu. Recordó con una sonrisa la cara del Cantor Eldar que se lo entregó cuando lo embadurnó de sangre y lo envolvió en un tapiz mugriento. El sentido de la estética de los eldar le desconcertaba, pero a la vez le atraía.
Sacudió la cabeza para concentrarse en su tarea, guiando al grupo hacia el claro. Dos de sus exploradores regresaron del borde de los árboles para contar lo que habían visto. Los eldar que le acompañaban se esforzaron por comprender la secuencia de siseos, gestos y susurros que constituían el lenguaje de caza de la tribu. Se habían esforzado mucho por aprenderlo, aunque apenas fuese en una fracción de su riqueza.
Caos, pensó Brokaar. Vio como los eldar se tensaban al comprender lo esencial del mensaje. Con una seña ordenó a los exploradores kroot que volviesen al borde del claro para vigilar, mientras dirigía al resto de la partida dando un rodeo. Quería atraparlos entre un fuego cruzado. Ya se había enfrentado a los marines traidores (aunque su traición no era de su incumbencia, sino del resto de los humanos), y no le gustaban. Su maldad era una afrenta para los espíritus, y además su corrupta carne no era comestible. Le agradaría destruirlos.
Con otra seña indicó a los eldar que tomasen posiciones entre los árboles. Se encargarían, junto a sus propios exploradores, de cortar el paso a los marines del Caos cuando el grueso de la partida de caza atacase el contingente enemigo.
Desde el borde del claro, casi al otro lado de las posiciones de los eldar y sus exploradores, observó las grandes armaduras moverse torpemente (al menos para él) alrededor del campamento. Los centinelas miraban sin ver hacia la selva, casi en la dirección de Brokaar y su grupo. Sabía que no le verían.
Con un leve suspiro, Brokaar cogió aire...
- ¡SKREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE! Al unísono, la partida de guerra de los Hurones Baakun cargó saliendo de la selva.
1 comentario
Raquel -
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Gracias :)