"Tres meses", pensó el teniente. Tres meses de bombardeo casi ininterrumpido, de intentos de asalto, de hambre, frío y falta de sueño. Incluso un cadiano se resentía. Pero cansado, helado y hambriento, seguía cumpliendo con su deber. Apretando los dientes el teniente apartó esos sentimientos y se concentró en la pequeña ranura que le mostraba el mundo exterior.
Frente al búnker aún humeaban los restos calcinados y hechos pedazos del último intento, hacía unas horas, bajo un cielo gris oscuro, como si una tormenta fuese inminente. Las tropas del Caos seguían estrellándose contra las defensas de Kars Galedon día tras día, sin descanso. Sólo unas horas de respiro entre oleada y oleada daban algo de descanso a las tropas. Bombardeo, asalto, pausa. Bombardeo, asalto, pausa... así desde hacía tres meses. La radio emitió un chasquido.
- Puesto Norte Eco Dos. Informe - Su oficial de comunicaciones le pasó la radio.
- Aquí puesto Norte Eco Dos. Sin Novedad - respondió sin mucho entusiasmo.
- ¿Señales del enemigo? - Al otro lado de la línea de comunicaciones parecían impacientes.
- Negativo Puesto de Mando. Todo despejado desde... - miró su reloj de pulsera - ...hace 6 horas - Lo cual ya era casi un record. El Puesto de Mando permaneció en silencio unos segundos.
- Teniente, ponga en alerta a sus hombres - "¿Otro ataque?", se preguntó - En trece minutos llegará un convoy. Estén preparados para asegurar una zona de aterrizaje en el perímetro exterior para descargar suministros - El teniente se quedó con la boca abierta, sorprendido. A su lado el oficial de comunicaciones tenía la misma cara de sorpresa.
- Confirme órdenes, Puesto de Mando - no estaba seguro de haber oído bien - ¿Asegurar una zona de aterrizaje en el perímetro exterior? - No se fiaba. Hacía meses que no llegaba ninguna nave. Los primeros bombardeos destruyeron la pista de aterrizaje del kars, y de todos modos tampoco habían recibido ninguna nave a causa del bloqueo. Llamó por señas a su sargento primero.
- Correcto. Un perímetro de quinientos metros alrededor de su puesto - ¿Cómo diablos iba a cubrir quinientos metros con apenas setenta hombres, en terreno descubierto? ¿Es que el Puesto de Mando había olvidado que las tropas del Caos estaban ahí fuera? - Asegure la zona para que puedan descargar. Tiene once minutos. Corto.
- Recibido. Once minutos - El Sargento llegó a su lado.
- ¿Están de broma? - preguntó el Sargento, que tampoco se lo creía.
- Parece que no - miró al oficial de comunicaciones - Habla con Eco Uno y Eco Tres, a ver si les han dicho algo - No iba a salir ahí fuera sin tener en cuenta los otros dos puntos fuertes que conformaban la línea norte de las defensas de Kars Galedon - Que todos se preparen - le dijo al Sargento, que salió ladrando órdenes escaleras abajo, hacia la zona de barracones.
- Señor, Eco Uno y Tres informan que les han ordenado cubrirnos con sus baterías - "Algo es algo", pensó el teniente. - Pero les han ordenado permanecer dentro de sus bunkers - Por supuesto, el Puesto de Mando no arriesgaría toda la línea. Si perdían Eco Dos los otros dos fortines de defensa podrían mantener, aunque debilitados, la defensa. El teniente suspiró.
- De acuerdo. Avisa a nuestras baterías. Que se coordinen con las de Eco Uno y Tres para darnos cobertura - Bajó las escaleras hasta los barracones, donde el sargento ya había levantado a lo que quedaba de su compañía. Los soldados le miraron suspicaces. Aún no se habían acostumbrado a su mando, después de la muerte del capitán. Sin preámbulos les informó rápidamente de la situación - Bien caballeros, tenemos... nueve minutos.
- ¡Primer Pelotón! - ladró el sargento - ¡Vosotros delante! ¡El Segundo treinta segundos después! ¡El Tercero cubrirá las puertas! ¡Vamos vamos vamos! - Los soldados se fueron agolpando ordenadamente frente a las grandes puertas de metal que daban al exterior - Listos, mi teniente.
El despliegue fue de libro. Sus hombres fueron abriéndose en abanico frente a las puertas, tomando posiciones en los cráteres y restos de los combates anteriores. Mientras avanzaba, junto al Segundo Pelotón, pudo ver a su espalda, por encima del hombro, como las baterías del fortín bajo su cargo giraban en busca de blancos. Un kilómetro a su derecha y a su izquierda los cañones de Eco Uno y Tres estarían haciendo lo mismo. Quedaban cuatro minutos.
Un minuto. La impaciencia hacía que los soldados mirasen a su alrededor con temor. En cualquier momento las tropas del Caos podrían darse cuenta de su despliegue y organizar un asalto. Y en campo abierto eso...
- ¡Allí! - uno de los soldados señaló hacia el cielo. Tres puntos se perfilaban sobre el fondo de nubes. Descendían velozmente.
En otra parte, varios kilómetros al norte, más ojos vieron los tres puntos. Los oficiales gruñeron órdenes apresuradamente. Las tropas se prepararon para el combate. Una leve sonrisa asomó en el pálido rostro del comandante del destacamento. Sus desiguales y amarillentos dientes asomaron entre los deformados labios, y su garganta emitió un gorgoteante sonido en una extraña parodia de risa que retumbó dentro del casco metálico color rojo y bronce.
Frente a Eco Dos los soldados vieron descender el primer transporte. Cuando tocó el suelo un grito de alegría y alivio fue ahogado por el ruido de los motores. En cuanto el tren de aterrizaje tocó el suelo las compuertas principales se abrieron y comenzaron a escupir tropas de refuerzo y suministros. Varios sentinels de carga se afanaron en apilar caja tras caja alrededor de las puertas del fortín mientras los soldados las metían apresuradamente en las instalaciones. El segundo transporte aterrizó cuando el primero casi había despachado toda su carga. El tercero no tuvo oportunidad de hacerlo.
Sucedió casi a cámara lenta. El teniente y su escolta oyeron el primer silbido. Otros soldados también lo escucharon, y casi medio centenar de pares de ojos siguieron la aparentemente lenta trayectoria del misil. Impactó en el lado de babor. Un destello iluminó el transporte, y durante un momento pareció que no había ocurrido nada. Luego se desató el infierno.
El casco se abrió desde el lugar del impacto, y la fuerza de la explosión de las municiones que transportaba desmenuzó la nave en millones de pedazos. Un enorme paraguas de fuego cubrió la zona. Los soldados en tierra se vieron aplastados contra el suelo por la fuerza de la onda expansiva. Los que estaban justo debajo murieron instantáneamente cuando los restos de la explosión les alcanzaron.
El primer transporte, ya vacío, alzó el vuelo en medio de una lluvia de cascotes incandescentes, sólo para ser alcanzado por otra andanada de misiles mientras trataba de huir hacia el espacio. Dando bandazos y soltando humo se perdió en el horizonte, donde poco más tarde se estrellaría.
El segundo transporte ni siquiera llegó a alzar el vuelo, y en verdad fue una suerte. Otra andanada de misiles inutilizó sus motores, dejándolo varado en tierra. Parte de los soldados que lo descargaban murieron al detonar parte de su carga. En menos de treinta segundos los tres transportes habían desaparecido o estaban inutilizados.
El teniente vio como su sargento trataba de poner orden entre los soldados, aún aturdidos igual que él. Poco a poco el pitido que atronaba sus oídos fue cediendo. Durante un segundo deseó que continuase. El pitido fue cambiando, volviéndose más grave y retumbante. El suelo temblaba por la vibración. Al norte, saliendo de entre los cráteres y escombros que formaban el terreno circundante, una marea viviente llenó el horizonte.
A derecha e izquierda las baterías de Eco Uno y Tres comenzaron a escupir líneas de proyectiles trazadores y misiles, impactando contra la oleada de tropas enemigas. El teniente se giró para mirar su propio fortín, preguntándose por qué sus baterías no se unían al fuego. Al menos una de ellas había sido arrancada completamente. Un fragmento del transporte que estalló supuso. Otra echaba humo a causa de los daños causados por la lluvia de cascotes. La tercera permanecía simplemente en silencio.
- ¡Señor! ¡Señor! - no oyó a su sargento - ¡Teniente! ¡Maldita sea, se nos echan encima! - por fin, reaccionó, mirando hacia donde señalaba el veterano suboficial. La marea de tropas del Caos estaba a punto de trabar contacto con la primera línea del perímetro que habían formado sus soldados para proteger los transportes.
- Que se replieguen... - dijo vacilante - ...tenemos... ¡Maldita sea, todos adentro! ¡Al fortín! - La orden tampoco hacía falta, ya que la mayoría de las tropas habían iniciado ya la carrera hacia las puertas. Sólo la primera línea permanecía en su puesto, ya que sabían que no podrían alcanzar los muros del puesto Eco Dos antes de que los soldados del Caos se les echaran encima. "No... un momento...", pensó el teniente.
- ¡Sargento! - su suboficial le miró - ¡Que no entren! ¡Hay que mantener la línea! ¡Necesitamos esos suministros dentro, y hay que ayudar a aquellos soldados! - dijo señalando la primera línea, que ya intercambiaba disparos con los soldados del Caos.
- ¡Tercer Pelotón! ¡Conmigo! - y sin esperar respuesta, el sargento corrió a reforzar la primera línea. El Tercer Pelotón, tras un segundo de vacilación, corrió tras él.
- ¡Segundo Pelotón! ¡Terminen de descargar los suministros! - Rogó al Emperador para que el Primero y el Tercero aguantasen el embate del enemigo lo suficiente como para poder replegarse ordenadamente.
En lo alto de un promontorio, a una distancia relativamente segura, la risa del comandante enemigo volvió a escaparse por los respiradores de su roja armadura. Podía ver cómo sus grotescos y deformados seguidores avanzaban casi sin detenerse hacia el fortín. Sólo unos cuantos huecos en sus líneas delataban los puntos en los que los cadianos estaban resistiendo. Con un ademán de la mano olvidó a los cultistas, que no eran más que carne de cañón, y centró su atención en las tropas que le esperaban tras el promontorio.
Los cinco transportes rhino, con los emblemas de las legiones traidoras, esperaban con los motores en marcha. Medio centenar de marines de caos esperaban las órdenes de su comandante. Sólo dijo "¡En marcha!". Y embarcaron en los transportes.
Frente al fortín, los cadianos resistían a duras penas el asalto enemigo. Las dos baterías restantes habían comenzado a disparar. Una de ellas apenas podía moverse. El teniente supuso, acertadamente, que debían estar manejando la torreta manualmente. Los proyectiles de cañón automático barrían sin cesar las líneas del Caos. Cogió el transmisor que le mantenía en contacto con su sargento.
- Sargento. Empiecen a replegarse - El segundo pelotón había terminado de descargar el dañado transporte, y ahora estaban parapetados a su alrededor dando apoyo a sus compañeros más adelantados. El teniente incluso vio a varios tripulantes de la nave que habían cogido rifles disparar contra las tropas del Caos.
Ordenadamente el primer pelotón empezó a retroceder mientras el tercero le cubría. A continuación, intercambiando los papeles, el primero se detuvo para cubrir la retirada del tercero. Poco a poco fueron replegándose hacia el transporte donde les esperaban sus compañeros.
- ¿No vamos a ayudarles? - preguntó el exarca mientras Sayëan miraba la pantalla. Sabía que el Kano Ëaressi sentía cierta simpatía por los cadianos - Los marines traidores pronto se les echarán encima desde las colinas.
Sayëan miró por encima de su hombro al exarca. Ambos sabían que su misión era otra, y que además, en medio de tanta confusión probablemente ambos bandos les atacarían en cuanto interviniesen. A pesar del silencio dentro del transporte de mando del destacamento de Sayëan las pantallas dejaban constancia del caos que reinaba ahí afuera. El Kano sonrió con tristeza ante el juego de palabras.
- Intercepta las comunicaciones imperiales - dijo al guardián de la consola de comunicaciones - Diles que una columna de transportes les atacará por el noroeste - esperaba que eso fuese suficiente - En gótico - recalcó Sayëan.
Siguió mirando las pantallas mientras el guardián de comunicaciones cumplía la orden. Oyó como daba el aviso en gótico alto, sin apenas acento. Sabía que al otro lado de la línea se preguntarían quién hablaba.
- Kano, el oficial al mando exige una identificación. No nos creen - Sayëan frunció el ceño. Cogió un micrófono conectado a la consola y meditó unos segundos.
- ¡Mueva a sus hombres, maldito estúpido! ¡Una columna de marines está a punto de atacarles por el flanco izquierdo! - En el compartimento del transporte todos se sobresaltaron ante las palabras del Kano Ëaressi, que habló en el gótico más bajo que recordaba. Al otro lado permanecieron en silencio.
- Si se trata de una broma... - la voz del teniente sonaba furiosa. De fondo se escuchaban disparos y explosiones.
- No es una broma, Soldado - Esta vez Sayëan habló en gótico alto.
- Se están moviendo - anunció el oficial de sensores - Está desplazando armas pesadas al flanco.
- Bien hecho Soldado - Sayëan hizo una señal al guardián de comunicaciones para que cortase.
- ¿Quién diablos...? - La línea se cortó.
El primer rhino apareció como por ensalmo a apenas unos cientos de metros de las líneas imperiales. Los artilleros de las dotaciones se sorprendieron de su aparición. El teniente no había explicado por qué debían cambiar de posición, pero parecía que había previsto la aparición de los transportes. Sin dudarlo, abrieron fuego.
Dentro del tercer rhino, el comandante del destacamento gritó de frustración cuando vio volar en pedazos el primer vehículo de la columna. El segundo, tratando de esquivar los restos acabó en una zanja y volcó. El conductor del vehículo de mando, más experimentado, viró bruscamente y se cubrió de la andanada láser tras unos escombros. El cuarto no tuvo tanta suerte, impactado de lleno por un misil. El quinto tuvo tiempo de esconderse tras un terraplén. Varios disparos de mortero, procedentes de Eco Uno, remataron el rhino volcado.
En unos segundos su asalto había sido desbaratado. Sólo sobrevivían dos rhinos. Veinte marines, de 5 transportes y 50 soldados. Presa de la rabia, el comandante hizo desembarcar a su escolta y dio orden a la otra escuadra superviviente de que hiciese lo mismo. De un modo u otro asaltaría ese fortín. Kars Galedon ya había resistido bastante. A su orden, los veinte marines, él incluido, cargaron hacia las líneas imperiales.
El rugido sorprendió a los artilleros. Después de la euforia inicial por acabar con los transportes no esperaban una carga a la desesperada. Dispararon contra las dos escuadras que corrían hacia su posición, pero los blancos eran demasiado rápidos y pequeños y sólo lograron alcanzar a unos pocos. Pronto acortaron distancias. Incluso podían oír el zumbido mecánico de las espadas sierra. Los proyectiles de bólter empezaron a impactar a su alrededor. Respondieron con el fuego de los rifles y las armas pesadas, pero ya era tarde. Los doce marines supervivientes despedazaron a las dotaciones.
Con un grito triunfal el comandante señaló hacia el fortín, donde los cadianos ya se habían replegado alrededor de las puertas resistiendo el empuje de los cultistas. Los marines cargaron de nuevo.
- ¡Los marines! ¡Disparen a los malditos marines! - gritó el teniente por la radio, tratando de llamar la atención de sus baterías. En Eco Uno escucharon el aviso y comenzaron a disparar, abatiendo a los cultistas que ahora rodeaban el avance de los marines, que incluso se abrían paso destrozando a sus propias tropas.
- ¡Adentro, todos adentro! - ordenó el teniente - ¡Hay que cerrar las puertas! - los marines se les echaban encima. Sólo quedaban siete.
Por fin, una de las baterías de Eco Dos hizo blanco. Una explosión de plasma envolvió a los marines supervivientes. Los cultistas, al ver caer a los marines, se detuvieron en seco. Sólo esporádicos disparos rompieron el silencio, que duró unos segundos mientras el plasma se disipaba después de vitrificar el terreno alrededor de los marines traidores. El teniente suspiró casi aliviado, pero el aire no terminó de salir de sus pulmones. Algo estaba en el lugar donde sólo deberían quedar restos fundidos.
Era grande. Lo más grande que habían visto nunca. Les miró con una expresión mezcla de desdén y furia. Las baterías comenzaron a disparar, pero los disparos no causaron daño alguno. Los soldados corrieron hacia las puertas, que empezaban a cerrarse. El teniente y su pequeña escolta fueron los últimos en llegar. Tuvo que ordenar al sargento que entrase, o se habría quedado a esperarle. Se volvió para mirar hacia el enemigo.
El demonio era casi tan alto como las puertas, diseñadas para que pudiese pasar un tanque baneblade. En ese instante deseó tener uno al lado. El demonio le miró fijamente y el terror le invadió. Ni siquiera se dio cuenta de la explosión de sus baterías, abatidas por las armas pesadas de los cultistas, que con renovado valor reiniciaron el asalto al ver a su señor.
- ¿Quién...? - preguntó la bestia en una mezcla de gruñido y trueno. El teniente reaccionó gracias al instinto y el entrenamiento, ya que su mente estaba paralizada por el miedo. Alzó la pistola y disparó sin pensar siquiera que era imposible causar daño al demonio con esa arma. Con una carcajada el demonio levantó su hacha, pero un zumbido estridente, casi un chillido, hizo que detuviese el arma en el aire. Giró la cabeza y miró por encima de su deforme hombro. El teniente también miró tras la bestia.
La nube de brillantes objetos alcanzó al demonio en el torso, cortando la demoníaca carne en multitud de pedazos. Sólo se escuchó un borboteo quejumbroso saliendo de la garganta cercenada por los afilados proyectiles. Una fina lluvia de sangre, negra y espesa, cayó sobre el teniente y su escuadra. El nauseabundo olor se abrió paso a través del humo del combate.
Los proyectiles atravesaron el cuerpo y fueron a incrustarse en los muros del fortín, penetrando profundamente. El demonio se tambaleó, con el torso destrozado. La sangre salía a borbotones por los cientos de cortes. La mandíbula le colgaba a un lado, casi arrancada. El brazo que sostenía el hacha aún permanecía milagrosamente alzado, mientras que el otro yacía en el suelo, cortado a la altura del codo, y las alas estaban hechas jirones. La destrozada cabeza giró para volver a mirar al teniente y emitió un ronco rugido. El teniente escuchó un ligero click a su espalda. Al darse cuenta de su significado se agachó y pegó el cuerpo al suelo, cubriéndose la cabeza con los brazos.
El misil impactó a bocajarro, destrozando lo que quedaba del torso y esparciendo los pedazos alrededor de la entrada del fortín. El teniente levantó la cabeza y vio como el hacha caía al suelo, clavándose a un par de metros de él. Oyó un grito de júbilo y, al girar la cabeza para mirar hacia la puerta, vio a sus hombres salir corriendo del fortín para perseguir a los cultistas que viendo a su señor muerto ya habían empezado a huir. En medio de la puerta, el sargento sostenía sonriente el humeante y vacío tubo del lanzamisiles.
Apenas cinco minutos más tarde el teniente daba su informe al Puesto de Mando. El sargento le hizo una seña negativa cuando iba a preguntar por el desconcertante aviso por radio. Tampoco mencionó las ráfagas de proyectiles que ahora estaban incrustados en los muros de Eco Dos. Cortó la comunicación después de recibir una felicitación de su comandante en jefe. Miró al sargento.
- ¿Quién...? - le susurró. Pero recibió una respuesta distinta a la que recibió el demonio: El sargento simplemente se encogió de hombros y dándose la vuelta se fue a buscar a algún soldado remolón al que gritarle, dejando a su teniente mirando, sin ver, por la ranura del búnker que daba al exterior. El cielo parecía un poco menos gris.
Cincuenta kilómetros al nordeste de Eco Dos los dos transportes Ëaressi volaban a toda velocidad, contorneando el terreno a apenas diez metros del suelo y protegidos por sus campos de ocultación. En el transporte de mando Sayëan se alegraba de haber ordenado disparar sólo una andanada de misiles shúriken. Con un suspiro ordenó al piloto que acelerase para alcanzar a los otros cuatro transportes, que ya esperaban alrededor de megalito. Si, definitivamente le caían bien los cadianos.