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Thianna

Medidas desesperadas

El informe detallado había tardado algo más en llegar. Athareas había leído y releído los detalles. La estrella se había convertido en una pequeña nova tras la desestabilización de su núcleo, destruyendo los planetas en su catastrófica expasión. Luego se había colapsado sobre si misma hasta quedar convertida en enana. Ningún resto había quedado en órbita.

Ni los humanos habían sido tan locos como para construir algo así. Incluso ellos meditaban hasta el extremo sus 'Exterminatus'. Y no tenían unas consecuencias tan graves, dadas las circunstancias. Sólo las bestias tiránidas destruían con esa voracidad y aparente despreocupación.

Athareas, después de informar al Consejo de Ulthwé, había tomado el mando del Puño de Vaul sin esperar decisión alguna de los Videntes. Tampoco creía que llegasen a ninguna conclusión práctica, al menos no en un tiempo razonable. Las cosas ahora sucedían en cuestión de días y horas, no de los siglos con los que estaban acostumbrados a lidiar los longevos Eldar.

También había ordenado a las naves-hogar y su escolta abandonar la órbita del mundo astronave rumbo a un refugio en el espacio profundo, lejos de toda posible amenaza inmediata. Ante todo, el pueblo Ëaressi debía sobrevivir. Una vez arreglado eso, podría tomar otras iniciativas.

Una de ellas había sido ordenar a Jeriah que siguiese al 'Destructor de estrellas', como lo había llamado Jeriah, tras recoger un contingente de tropas eldar y kroot bajo el mando de la Capitana Aryadel. Athareas sabía que Jeriah y Aryadel eran amigos, y ambos, como guardianes purificadores, serían capaces de hacer lo que se temía iban a verse obligados a hacer. Ahora, el Puño de Vaul debía reunirse con Jeriah, para proporcionarle ayuda si era, que sería, necesario.

Por un momento pensó en el Kano. No habían recibido señales de él y su grupo, lo cual quería decir que o bien habían fracasado o ya habían cruzado el megalito en busca del Talismán. En cualquier caso, era inalcanzable. El pragmatismo ëaressi se impuso y apartó esos pensamientos de su mente. Si nada podía hacer, no debía pensar en ello.

(...)

Aryadel también estaba atónita ante el informe. La escala a la que se desarrollaban las cosas la superaba. Sólo era una guardiana. ¿Para qué quería el Kano, a través de Athareas, que ella interviniese? Reflexionó sobre cual sería su papel, y poco a poco, uniendo piezas, consiguió hacerse a la idea de lo que se esperaba de ella.

La nave de Jeriah, camuflada y siguiendo discretamente a la extraña flota que acompañaba a esa mostruosidad, su contingente de purificadores y kroot, la espera de órdenes... Sabía que el Puño no sería rival para esa flota, ni siquiera para esa nave en solitario, y mucho menos la pequeña fragata en la que viajaban, así que Athareas no esperaba un enfrentamiento directo... El suave pitido de la puerta de su camarote la sacó de sus cavilaciones.

- Pase - Dijo sin levantar la vista de las notas de Jeriah. Oyó el siseo de la puerta al abrirse, pero quien fuera permaneció en silencio, lo que llamó su atención haciendo que levantara la vista - ¿Qué ocurre? - miro ceñuda al suboficial.

- El Capitán Jeriah la llama al puente - El suboficial parecía tenso y asustado - Están... están volviendo a hacerlo.

Aryadel parpadeó varias veces antes de comprender a qué se refería el suboficial. Sin esperar a que dijese nada más, se levantó rápidamente y salió del camarote casi atropellando al suboficial, dejando los informes desparramados sobre su camastro.

(...)

M'Yen estaba indignado. Llevaba una hora sentado esperando ser recibido por el Comandante Farsight. Sin embargo, este había hecho entrar al Shas'El y había dejado a M'Yen esperando fuera. Era un diplomático, ¡el Comandante no podía hacerle eso!

De pronto, mientras refunfuñaba para sus adentros, oyó la puerta abrirse y los marciales pasos del Shas'El, los cuales había aprendido a reconocer tras meses de viaje juntos. Se levantó dispuesto a entrar en tropel en el despacho del Comandante para comunicarle su indignación, pero sólo pudo llegar a ver cómo la puerta se cerraba ante sus narices.

- Debemos volver al Kor Run'Al. Tenemos una nueva misión - Dijo sin más el Shas'El, con su habitual tono marcial e impersonal.

- ¡Pero aún no he hablado con el Comandante! ¡Esto es indignante! - Se dirigió a la puerta, dispuesto a llamar a ella aunque fuese a golpes. El Shas'El le detuvo cogiéndole firmemente del brazo, aunque sin violencia.

- No, M'Yen - M'Yen se sorprendió de escuchar su nombre en boca del Shas'El, y del tono, casi un susurro, que era de todo menos impersonal - Es grave, muy grave. Debemos irnos.

M'Yen sacudió la cabeza, contrariado. Era la primera vez que el Shas'El se dirigía a él de un modo tan informal. Pero si el tono y las palabras podían dejar alguna duda, la mirada del Shas'El disipó cualquier confusión. En verdad algo realmente grave ocurría. El Shas'El parecía asustado.

- ¿A... a dónde vamos? - Acertó a preguntar M'Yen mientras se dejaba casi arrastrar por el Shas'El a través de los pasillos que les conducían al puerto.

- A Upsila Tartarus - El Shas'El recuperó su tono inflexible y mecánico.

Aviso

Bueno, después de varias semanas en dique seco, ahí van varios pequeños relatos. Ojo, hay que recordar que esto es un weblog y el primer artículo que aparece es el último publicado, y como acabo de poner varios seguidos, habrá que retroceder hasta el artículo correspondiente (con fecha de hoy) para leerlos en el orden correcto.

Hala, un saludo para los que tienen la moral de leer todo esto.

Mensajes

* Transporte Regos
Borde exterior del Sistema Cadia

- ¡Lord Fansworth! - El astrópata parecía muy alterado. Perlas de sudor caían por su pálido rostro, mostrando el gran esfuerzo que le suponía mantener la concentración... y posiblemente la cordura. - ¡Lord Fansworth! - Volvió a llamar con insistencia.

La compleja maquinaria que albergaba el cuerpo del Navegante, permitiéndole sentir cada pulsación de energía de la nave, giró para encarar el cubículo del astrópata, encastrado en una pared protegida del puente.

- Tranquilo Julius, ¿qué ocurre? - Seamus sospechaba lo que pasaba.

- Un... un mensaje, Milord... - La concentración amenazaba con quemar su cerebro. - Demasiado poderoso... duele... - Seamus sabía lo que significaba.

- ¡Vuélcalo! ¡Deprisa! - Si no desconectaba a su astrópata de las comunicaciones de la nave la retroalimentación lo mataría. - ¡Vuélcalo y desconecta!

- Mensaje... - Julius apretó los dientes - ...volcado... - Su cabeza cayó a un lado, inerte.

Para alivio de Seamus, los sensores que monitorizaban las constantes vitales de Julius indicaban que sólo estaba inconsciente. Con un leve pensamiento ordenó al cogitador que había recibido la transmisión a través de la mente de Julius le mostró el mensaje recibido, directamente en su cerebro.

Aún sin comprender en contenido, reconoció de inmediato el lenguaje de batalla de los Ëaressi. El Kano Sayëan utilizaba una versión simplificada, mezclada con gótico alto, para comunicarse con el propio Seamus. Pero esta vez no había gótico, y el cifrado impedía saber de qué se trataba. Sólo una nota al principio era comprensible para Seamus: "Transmitir al Kano".

- ¡Oficial de cubierta! ¡Prepare la nave para regresar a Cadia!

* Kor Run'Al
Última Segmentum

- ¿Regresar? ¿Ahora? - M'Yen estaba indignado, pero el Shas'El permanecía imperturbable. - ¡Apenas he empezado a examinar las ruinas del asentamiento!

- La orden procede del Comandante Farsight en persona. Hemos de regresar a Vior'La de inmediato. El Kor Run'Al ha sido reasignado a la flota, bajo control militar.

- ¡Esto es indignante! ¡El Comandante me prometió que podría investigar los asentamientos Exoditas con libertad! - Sabía que sus protestas caerían en saco roto, pero no por ello dejaría de intentarlo.

- Eso ha cambiado. Estamos en alerta militar. Y ahora estoy al mando. Permaneceréis a bordo como asesor. - Ni siquiera esperó respuesta, volviéndose hacia el Piloto. - Prepare y ejecute un salto a Vior'La. Máxima velocidad. - Kais dudó un momento, mirando a M'Yen. - ¡El Por'El ya no está al mando! ¡Obedezca! - Con un suspiro, Kais introdujo las instrucciones correspondientes en la consola de navegación.

- ¡El Comandante recibirá una queja formal! ¡Esto no quedará así, Shas'El! - M'Yen salió del puente hacia su camarote, dejando al Shas'El plantado en el centro del puente, mirando por la portilla principal como el mundo que estaba bajo sus pies desaparecía para dar paso a las estrellas del espacio profundo, en dirección a Vior'La.

- Salto en 3... 2... 1... - Dijo mecánicamente Kais. Y el Kor Run'Al rasgó el espacio de camino a su destino.

* Esperanza de Lileath
En órbita alrededor del mundo astronave de Ulthwé

- ¿Está confirmado? - Preguntó Athareas.

- Sí, Capitán. Jeriah también ha indicado que ha enviado el mismo mensaje al Kano a través del Regos - Eso no pareció gustar a Athareas - Codificado - Se apresuró a añadir el lugarteniente.

- Está bien... - Meditó un momento, tratando de decidir que haría el Kano. - Informa al Puño de Vaul, Jeriah necesitará ayuda para detener esa nave Tau. Yo informaré al Consejo de Videntes.

Giro inesperado

- ¿Qué hacemos, Capitán? - El Oficial Ejecutivo parecía nervioso.

- Mantenemos la posición. Alerta en todas las cubiertas. Y que comprueben el campo de ocultación - Jeriah trató de parecer tranquilo, pero un sentimiento de miedo recorría a toda la tripulación tras lo que acababan de ver. - Quiero todo lo que nuestros sensores puedan averiguar sobre esa... cosa. Sin descubrirnos.

- Sí, Capitán - Respondió el Oficial, que empezó a dar órdenes al resto de puestos.

- Capitán, ¿avisamos al Kano? - Su lugarteniente había permanecido en silencio hasta entonces.

- No podríamos aunque quisiéramos. A estas alturas estará ya en el interior del Ojo. - Jeriah recuperaba poco a poco la calma. - Quiero un informe sobre la estrella. Necesitamos saber qué le han hecho con ese arma. Al menos informaremos a Athareas.

- Capitán, no somos rival para esa flota - Señaló con la cabeza la nave insignia. Los sensores indicaban más de siete kilómetros, erizados de armamento.

- Por eso nuestro trabajo ahora es recabar toda la información que podamos. - Sacudió la cabeza, contrariado, mientras trataba de decidir cual sería su siguiente paso. - La naturaleza de nuestra misión ha cambiado. Parece que los Tau han tomado la iniciativa.

- Capitán, pero lo que han hecho... - Temía terminar la frase.

- Lo sé. Si es lo que nos tememos, no sólo habremos fracasado, si no que la situación habrá empeorado. Esa nave podría rivalizar con el Talismán. No podemos permitir eso.

- Pero los Tau son...

- ¿Aliados? Sólo circunstancialmente, y lo sabes. Son jóvenes e inmaduros. Y a juzgar por lo que han hecho, demasiado impulsivos. - Odiaba el camino que estaban tomando las cosas. - Informad a Athareas.

- ¿Y si no responde? - El lugarteniente temía la respuesta.

- No tenemos alternativa. Sin el Kano, tenemos que seguir con el plan. Actuaremos como si el "Justicia del Tau'va" fuese otro Talismán.

Despertares

- ¿La zona está asegurada, Capitán? - Sayëan miró a su alrededor, deduciendo la respuesta.

- Sí, Mi Kano - La respiración acelerada del Capitán de los Escorpiones aún era apreciable a través del intercomunicador.

El paisaje corroboraba la afirmación del Escorpión. Nada vivo, excepto las tropas Ëaressi, permanecía en pie alrededor del Megalito. Decenas de cadáveres rodeaban la base del enorme artefacto. Los Escorpiones se habían empleado bien, y aunque las víctimas del ataque eran tropas traidoras, a Sayëan le disgustaba el excesivo salvajismo que caracterizaba los ataques del Capitán Escorpión.

- ¿Bajas? - A pesar de todo, sus soldados eran lo primero.

- Tres, y media docena de heridos. Los Kroot han sido de mucha ayuda - Era extraño que el Capitán concediese mérito a los aliados de los Ëaressi, pero tal vez deseaba complacer a su Kano. Sabía que la carnicería disgustaba a Sayëan.

- ¿Eso incluye las bajas Kroot? - Sayëan también sabía que el Capitán no los habría contado. No los consideraba tan importantes.

- No lo sé. Son muy celosos con sus muertos - Respondió evasivo.

En respuesta a la pregunta de Sayëan, tras un recodo apareció Brokaar, acompañado por varios de sus guerreros y el shamán de la tribu. Sus expresiones, enigmáticas como siempre, no mostraban emoción alguna por el resultado de la incursión. El grupo se detuvo a unos metros, y Brokaar avanzó en solitario.

- Humanos no resistir mucho. Ser tropas débiles - Eso quería decir que no había Marines Traidores entre el destacamento, sólo milicianos renegados. - De todos modos, no saber bien. Estar podridos.

- ¿Cuántos guerreros has perdido? - Sayëan trató de cambiar de tema.

- Dos puños - "Dos veces cuatro", se tradujo Sayëan a si mismo.

- Kano - Un oficial les interrumpió - Estamos listos. - Dijo señalando la base del Megalito.

- Está bien, vamos - A un gesto de Sayëan, Brokaar, el Capitán Escorpión y el resto le siguieron hacia el Megalito.

Parte de la base había sido excavada rápidamente por un grupo de Ëaressi, que ahora esperaban junto a lo que habían dejado al descubierto. El arco encastrado en la roca del Megalito conservaba todos los detalles. Al estar enterrado, ni la erosión ni otros elementos habían causado daño alguno. Un par de soldados terminaban de limpiar cuidadosamente algo junto al arco.

- ¿Funcionará? - Preguntó Sayëan. Uno de los soldados se volvió.

- Creemos que si, Mi Kano - Se giró de nuevo hacia lo que estaban limpiando, pero siguió hablando. - Los circuitos de Hueso parecen intactos. Sólo falta la fuente de energía.

- Bien, terminad con eso y preparaos. No queda mucho tiempo. - Sayëna hizo un gesto, y un Vidente se acercó a él - Ahora hemos de despertar al Viejo - Dijo con un susurro al Vidente, que asintió con gravedad.

Lentamente caminaron hasta uno de los Transportes Rompedores, estacionado junto al Megalito. Otros dos esperaban algo más alejados, con parte de las tropas del destacamento formadas a su alrededor. El cuarto sobrevolaba la zona, vigilando desde el cielo por si aparecía algún intruso.

Sayëan y el Vidente se detuvieron junto a uno de los portones laterales del Transporte. En silencio, sabiendo lo que tenían que hacer, uno de los Veteranos que guardaban el portón manipuló los controles y este se abrió con un siseo. Cuando el portón se abrió completamente se apartaron dejando pasar al Vidente. El interior de la bodega estaba oscuro, pero un suave zumbido indicaba que algo esperaba en su interior.

El Vidente se giró y miró a Sayëan, como esperando una confirmación. Sayëan asintió, y el Vidente hurgó en su bolsa ceremonial en busca de algo. Con cuidado sacó un objeto ovoide, de color rojo sangre, apagado y sin brillo, que sostuvo entre sus manos. Durante un momento se lo mostró a Sayëan, que lo miró con una extraña sonrisa.

- Hazlo - Dijo sin más.

El Vidente entró en la bodega, desapareciendo entre las sombras. Sayëan y el resto esperaron fuera durante unos minutos. Mientras tanto, el soldado que había estado limpiando el artefacto de la base del Megalito se acercó tras Sayëan, pero no dijo nada por temor a interrumpir la curiosa ceremonia.

- Habla - Dijo Sayëan sin dejar de mirar hacia la bodega.

- El... - dudó un momento, mirando también hacia la bodega - ...el Portal está listo.

- Bien. Que todos aborden los transportes. Partiremos en cuanto... - El Vidente salió de la bodega, con las manos libres, e hizo un gesto de asentimiento a Sayëan. - Partiremos ahora. Ve a tu transporte. - El soldado salió a toda prisa hacia el transporte más cercano.

El Vidente se reunió con Sayëan y los Veteranos, a unos metros del transporte. El Kano se adelantó hasta quedar a unos pasos de la entrada de la bodega e hincó una rodilla en el suelo, bajando la mirada. El zumbido procedente del interior de la bodega aumentó ligeramente.

- No debes hacer eso - La voz, grave y susurrante, procedía del transporte, como una prolongación del zumbido.

- Lamento... - Sayëan buscaba las palabras adecuadas. - ...lamento perturbar tu descanso - Parecía apenado de veras.

- No lo habrías hecho de no ser necesario. Levántate - Sayëan obedeció lentamente, pero no levantó la cabeza. - ¿Cuán grave es la situación?

- El Ojo se extiende, engullendo un mundo tras otro. Los Humanos han encontrado un Talismán. Planean utilizarlo para detener a los Servidores del Caos.

- No son conscientes de lo que hacen. Debemos recuperarlo.

- Sabemos donde está, pero el Caos también lo sabe. Vamos... - Un crujido interrumpió a Sayëan, que levantó la cabeza.

- ...vamos a adelantarnos - El Viejo miró sin ojos a Sayëan. La pulida superficie gris-azulada reflejó la tenebrosa luz del cielo de Cadia mientras la cabeza giraba observando los alrededores. - Aaaaah, es agradable sentir de nuevo el aire - El Viejo abrió los brazos ligeramente, dejándose acariciar por la gélida brisa. Poco a poco sacó su estilizado pero enorme cuerpo del transporte, irguiéndose en toda su altura.

- Saludos, Haq'aldharion - Dijo solemnemente Sayëan mientras hacía una reverencia.

- Saludos... Hijo. Deja que vea tu rostro - Sayëan obedeció, y lentamente se quitó el casco para mirar al Señor Espectral que antaño fuera Kano de los Ëaressi... y su padre. El Último de los Señores Espectrales de los Ëaressi.

Alguien dijo una vez "golpea con suficiente fuerza y alguien acabará abriendo la puerta... o la puerta caerá". Athareas sonrió bajo su casco mientras observaba al Gran Consejo cuchichear en sus asientos. Individualmente sabios, supuestamente, como colectivo eran como cualquier otra organización política. Athareas podía distinguir los distintos grupos de presión, partidistas, que sabía defenderían sus respectivas posturas por insostenibles que fuesen. Pero como todo en política, eran manipulables. Resultaba irónico que los manipuladores por excelencia estuviesen siendo manejados por un simple... soldado.

Uno de los videntes se levantó y trató de hacer callar al resto para iniciar la sesión, sin demasiado éxito al principio. Poco a poco se fue haciendo el silencio en la sala, y la atención de cada grupo se fue centrando en el estrado que presidía la reunión, donde un sillón vacío estaba rodeado de otros cuatro, ocupados. El resto, decenas de videntes y los brujos que les asistían, ocupaban las gradas en un gran semicírculo. Cuando todos se hubieron callado, el vidente a la derecha del sillón vacío se levantó y se dispuso a hablar.

- ¡Hermanos Videntes! - Athareas enseguida reconoció la voz del vidente que había tratado de evitar que hablase con el Consejo. - ¡Corren tiempos aciagos para Ulthwé y toda nuestra Raza! ¡Hemos recibido nuevas y preocupantes noticias que deben llamar nuestra atención! - "Noticias que tú pretendías evitar que comunicase al Consejo", pensó Athareas. "Y ahora quieres apuntarte el tanto".

- ¿Y cuales son esas noticias? - Preguntó un vidente anónimo desde las gradas. Sin embargo, todos conocían ya la noticia.

- Otro Talismán de Vaul ha sido descubierto por los Mon-keigh, y corremos el riesgo de que caiga en sus manos... - "Y eso te asusta, ¿verdad?" - ...o en las de los Servidores del Caos. - "Y eso, para asustar a los demás miembros del Consejo".

Un fingido murmullo de sorpresa inundó la sala. Hacía dos días que el rumor corría por todo el Mundo Astronave, fruto de la declaración a voz en grito de Athareas. Dos días esperando el resultado previsible. "Dos días perdidos", se lamentó Athareas desde su asiento destinado a los invitados.

- ¡Debemos recuperarlo! - Increpó un miembro del Consejo - ¡No podemos permitir que caiga en malas manos! - "Cualesquiera que no sean las vuestras, ¿no es así?".

- ¡Eldrad murió por causa de otro Talismán! - Recordó por algún motivo otro miembro. Y la discusión estalló.

Los partidarios de una intervención directa discutieron con los partidarios de mantenerse al margen, como siempre. Osados contra conservadores. Todos sin darse cuenta de que las cosas ya estaban en marcha, decidiesen lo que decidiesen. Por una vez, sus poderes precognitivos no les habían servido de nada. Planes y previsiones de milenios soslayados por un acontecimiento que no supieron prever. Todos esos planes truncados con la muerte de Eldrad. Sin él no eran nada, y ahora peleaban como niños.

Diez minutos más tarde la discusión continuaba, para frustración de Athareas. Nadie pensaba hacer nada. Todos se enfrentaban sin llegar a ninguna conclusión. "Al menos en Bieltan ya se habrían levantado en armas", pensó el Viejo Capitán con lástima. Era suficiente para él, y no podía permitirse más retrasos. Lentamente se levantó de su asiento y bajó de la grada de visitantes. Sólo el Vidente con el que había hablado dos días antes le siguió con la mirada, permaneciendo en silencio mientras los demás discutían.

Tras descender al nivel del suelo, caminó lentamente hacia el centro del hemiciclo, frente al estrado principal. Poco a poco percibió como la discusión se apagaba y las miradas comenzaban a centrarse en él. Varios Vengadores se dirigieron a interceptarle camino del estrado, pero la mano levantada del Vidente les detuvo. Cuando llegó al centro de la sala, giró en redondo, observando a todos los presentes.

- ¿Este es el Gran Consejo de Ulthwé? - Habló sin levantar la voz, pero todos pudieron escucharle. - ¿Este es el concilio que pretende llevar a la Raza Eldar a un nuevo renacer?

- ¿Quién osa hablar así al Consejo de Ulthwé? - Increpó alguien.

- Sin Eldrad no sois nada... - Dijo casi con un susurro. - Sólo él supo tener la suficiente visión, y sin él ahora estáis ciegos... - Continuó levantando la voz - ...salvo para lo que queréis ver. - Esto último lo dijo mirando hacia el estrado.

- No es más que uno de esos renegados, ¡que lo saquen de aquí! - Dijo alguien a su espalda.

- ¿Para que podáis seguir discutiendo inútilmente? - Dijo girándose para encarar al que había hablado. - Mientras vosotros perdéis el tiempo el resto del universo sigue su curso, con o sin vosotros. Ahora no hay miles de años para trazar vuestros planes y manipulaciones. Las cosas suceden, y suceden ya, sin esperar a que toméis una decisión.

La sala estalló en nuevas acusaciones. Las facciones volvieron a gritarse, esta vez echándose la culpa unas a otras de su pasividad. El Vidente a la derecha del sillón vacio se levantó lentamente y miró durante unos segundos a Athareas. Luego miró al resto de videntes y lentamente bajó la mirada, negando para sí.

- ¿Qué sugiere el representante de los Ëaressi? - Muchos de los presentes ni siquiera conocían ese nombre, pero todos interpretaron que se refería al soldado que estaba plantado en el centro de la sala, sobre el cual se posaron todas las miradas.

Athareas sintió por un instante el peso de las mentes de todos los Videntes. A pesar de su comportamiento, todos eran poseedores de mentes poderosas, que ahora trataban de escudriñar su cerebro. A duras penas levantó sus defensas mentales, que resistieron el silencioso interrogatorio. A pesar de la escasez de psíquicos entre sus filas, los Ëaressi tenían una innata resistencia a sus poderes. De nuevo esperó, y poco a poco la presión cedió mientras los Videntes se iban calmando. Athareas intuyó que la mente del Vidente del estrado tenía algo que ver en la retirada del asalto mental de los demás miembros.

- ¿Acaso ese... renegado tiene más voz que los miembros del Consejo, Fadhral? - Preguntó uno de los portavoces de una facción.

- Ese... renegado, como tú lo llamas, es quien ha traido las noticias sobre el Talismán, y representa a su pueblo, los Ëaressi - "¿Está proponiendo una tregua?", se preguntó Athareas.

- ¿Ëaressi? No son más que piratas y vagabundos, marginados de fuera de los Mundos Astronave - Afirmó el portavoz.

- Esos 'marginados' mantienen una flota de guerra frente a Ulthwé - Recordó alguien de una facción opuesta.

- ¡Eldar amenazando a otros Eldar! - Remarcó uno de sus compañeros.

- Los Ëaressi no han amenazado a nadie - Cortó en seco Athareas. - Hemos venido con el fin de ayudar a recuperar el Talismán, e impedir que este caiga en malas manos. Pero está claro que tendremos que seguir solos...

- ¿Seguir? ¿Qué...? - Fadhral miró fijamente a Athareas - ¿...qué habéis hecho? - Esta vez el asalto mental fue decidido e implacable, pero Athareas lo dejó penetrar en su mente sin resistirse.

- Conocemos la localización del Talismán, y ya hemos tomado las medidas necesarias para hacernos, si es posible, con su control - Confirmó de palabra Athareas. - O destruirlo.

Athareas sintió de nuevo la presión. "¿Dónde? ¡¿Dónde?!", preguntaba dentro de su cabeza Fadhral. Pero no obtuvo respuesta. Deliberadamente, Athareas desconocía esa información. Ni siquiera sabía dónde encontrar a su Kano. Por eso este había usado el Regos como transporte, en lugar de los medios de los Ëaressi. Sólo el propio Sayëan sabía dónde iban a buscar el Talismán.

- Las tropas fueron enviadas antes de llegar a Ulthwé. - "¿O esperábais que confiásemos en recibir vuestra ayuda?", dejó leer Athareas a Fadhral en su mente.

Interludio

Interludio

Dentro de tres días tenían que regresar para reunirse con la Flota. La Esperanza de Lileath les esperaría en Ulthwé. La situación debía ser grave para que el Kano reuniese a toda la Flota y además se presentase abiertamente ante los Videntes. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos y poder concentrarse en su tarea.

Aryadel y el resto de su grupo avanzaron lenta y cautamente entre los árboles. Solicitó un informe a los grupos de avanzada, que fue rápidamente respondido con sendos 'Todo despejado' por parte de los exploradores. Igual que todos los informes de las últimas dos semanas.

Esta vez no habían encontrado el puesto Exodita abandonado. Estaba arrasado. Los edificios estaban en ruinas, cubiertos por la maleza desde hace años, aunque todavía eran claros los restos de la lucha. Templos, casas, todo. Destruido hasta los cimientos. Los monkeigh habían sido muy metódicos en su tarea.

Con disgusto se reprochó el término. Al Kano no le gustaba que su gente se refiriese a los Humanos con ese apelativo despectivo. Pero esta vez estaba justificado, e incluso el Kano se habría sentido furioso ante la destrucción que habían provocado los soldados del Imperio. De pronto algo llamó su atención. Uno de sus subordinados le hacía señas.

- Capitana -dijo en un susurro el oficial de comunicaciones- Tenemos comunicación con nuestra fragata. Tenemos visita.

- ¿Humanos? -algo en su interior deseaba una revancha.

- ... -el oficial dudó un segundo- Caos. Una barcaza. No han identificado la Legión. Se dirigen a la superficie. Su trayectoria les llevará a unos cientos de kilómetros de aquí.

- Bien. Llama a nuestros transportes. -Tendría que conformarse con los traidores que una vez fueron humanos.

Ayuda inesperada

"Tres meses", pensó el teniente. Tres meses de bombardeo casi ininterrumpido, de intentos de asalto, de hambre, frío y falta de sueño. Incluso un cadiano se resentía. Pero cansado, helado y hambriento, seguía cumpliendo con su deber. Apretando los dientes el teniente apartó esos sentimientos y se concentró en la pequeña ranura que le mostraba el mundo exterior.

Frente al búnker aún humeaban los restos calcinados y hechos pedazos del último intento, hacía unas horas, bajo un cielo gris oscuro, como si una tormenta fuese inminente. Las tropas del Caos seguían estrellándose contra las defensas de Kars Galedon día tras día, sin descanso. Sólo unas horas de respiro entre oleada y oleada daban algo de descanso a las tropas. Bombardeo, asalto, pausa. Bombardeo, asalto, pausa... así desde hacía tres meses. La radio emitió un chasquido.

- Puesto Norte Eco Dos. Informe - Su oficial de comunicaciones le pasó la radio.

- Aquí puesto Norte Eco Dos. Sin Novedad - respondió sin mucho entusiasmo.

- ¿Señales del enemigo? - Al otro lado de la línea de comunicaciones parecían impacientes.

- Negativo Puesto de Mando. Todo despejado desde... - miró su reloj de pulsera - ...hace 6 horas - Lo cual ya era casi un record. El Puesto de Mando permaneció en silencio unos segundos.

- Teniente, ponga en alerta a sus hombres - "¿Otro ataque?", se preguntó - En trece minutos llegará un convoy. Estén preparados para asegurar una zona de aterrizaje en el perímetro exterior para descargar suministros - El teniente se quedó con la boca abierta, sorprendido. A su lado el oficial de comunicaciones tenía la misma cara de sorpresa.

- Confirme órdenes, Puesto de Mando - no estaba seguro de haber oído bien - ¿Asegurar una zona de aterrizaje en el perímetro exterior? - No se fiaba. Hacía meses que no llegaba ninguna nave. Los primeros bombardeos destruyeron la pista de aterrizaje del kars, y de todos modos tampoco habían recibido ninguna nave a causa del bloqueo. Llamó por señas a su sargento primero.

- Correcto. Un perímetro de quinientos metros alrededor de su puesto - ¿Cómo diablos iba a cubrir quinientos metros con apenas setenta hombres, en terreno descubierto? ¿Es que el Puesto de Mando había olvidado que las tropas del Caos estaban ahí fuera? - Asegure la zona para que puedan descargar. Tiene once minutos. Corto.

- Recibido. Once minutos - El Sargento llegó a su lado.

- ¿Están de broma? - preguntó el Sargento, que tampoco se lo creía.

- Parece que no - miró al oficial de comunicaciones - Habla con Eco Uno y Eco Tres, a ver si les han dicho algo - No iba a salir ahí fuera sin tener en cuenta los otros dos puntos fuertes que conformaban la línea norte de las defensas de Kars Galedon - Que todos se preparen - le dijo al Sargento, que salió ladrando órdenes escaleras abajo, hacia la zona de barracones.

- Señor, Eco Uno y Tres informan que les han ordenado cubrirnos con sus baterías - "Algo es algo", pensó el teniente. - Pero les han ordenado permanecer dentro de sus bunkers - Por supuesto, el Puesto de Mando no arriesgaría toda la línea. Si perdían Eco Dos los otros dos fortines de defensa podrían mantener, aunque debilitados, la defensa. El teniente suspiró.

- De acuerdo. Avisa a nuestras baterías. Que se coordinen con las de Eco Uno y Tres para darnos cobertura - Bajó las escaleras hasta los barracones, donde el sargento ya había levantado a lo que quedaba de su compañía. Los soldados le miraron suspicaces. Aún no se habían acostumbrado a su mando, después de la muerte del capitán. Sin preámbulos les informó rápidamente de la situación - Bien caballeros, tenemos... nueve minutos.

- ¡Primer Pelotón! - ladró el sargento - ¡Vosotros delante! ¡El Segundo treinta segundos después! ¡El Tercero cubrirá las puertas! ¡Vamos vamos vamos! - Los soldados se fueron agolpando ordenadamente frente a las grandes puertas de metal que daban al exterior - Listos, mi teniente.

El despliegue fue de libro. Sus hombres fueron abriéndose en abanico frente a las puertas, tomando posiciones en los cráteres y restos de los combates anteriores. Mientras avanzaba, junto al Segundo Pelotón, pudo ver a su espalda, por encima del hombro, como las baterías del fortín bajo su cargo giraban en busca de blancos. Un kilómetro a su derecha y a su izquierda los cañones de Eco Uno y Tres estarían haciendo lo mismo. Quedaban cuatro minutos.

Un minuto. La impaciencia hacía que los soldados mirasen a su alrededor con temor. En cualquier momento las tropas del Caos podrían darse cuenta de su despliegue y organizar un asalto. Y en campo abierto eso...

- ¡Allí! - uno de los soldados señaló hacia el cielo. Tres puntos se perfilaban sobre el fondo de nubes. Descendían velozmente.

En otra parte, varios kilómetros al norte, más ojos vieron los tres puntos. Los oficiales gruñeron órdenes apresuradamente. Las tropas se prepararon para el combate. Una leve sonrisa asomó en el pálido rostro del comandante del destacamento. Sus desiguales y amarillentos dientes asomaron entre los deformados labios, y su garganta emitió un gorgoteante sonido en una extraña parodia de risa que retumbó dentro del casco metálico color rojo y bronce.

Frente a Eco Dos los soldados vieron descender el primer transporte. Cuando tocó el suelo un grito de alegría y alivio fue ahogado por el ruido de los motores. En cuanto el tren de aterrizaje tocó el suelo las compuertas principales se abrieron y comenzaron a escupir tropas de refuerzo y suministros. Varios sentinels de carga se afanaron en apilar caja tras caja alrededor de las puertas del fortín mientras los soldados las metían apresuradamente en las instalaciones. El segundo transporte aterrizó cuando el primero casi había despachado toda su carga. El tercero no tuvo oportunidad de hacerlo.

Sucedió casi a cámara lenta. El teniente y su escolta oyeron el primer silbido. Otros soldados también lo escucharon, y casi medio centenar de pares de ojos siguieron la aparentemente lenta trayectoria del misil. Impactó en el lado de babor. Un destello iluminó el transporte, y durante un momento pareció que no había ocurrido nada. Luego se desató el infierno.

El casco se abrió desde el lugar del impacto, y la fuerza de la explosión de las municiones que transportaba desmenuzó la nave en millones de pedazos. Un enorme paraguas de fuego cubrió la zona. Los soldados en tierra se vieron aplastados contra el suelo por la fuerza de la onda expansiva. Los que estaban justo debajo murieron instantáneamente cuando los restos de la explosión les alcanzaron.

El primer transporte, ya vacío, alzó el vuelo en medio de una lluvia de cascotes incandescentes, sólo para ser alcanzado por otra andanada de misiles mientras trataba de huir hacia el espacio. Dando bandazos y soltando humo se perdió en el horizonte, donde poco más tarde se estrellaría.

El segundo transporte ni siquiera llegó a alzar el vuelo, y en verdad fue una suerte. Otra andanada de misiles inutilizó sus motores, dejándolo varado en tierra. Parte de los soldados que lo descargaban murieron al detonar parte de su carga. En menos de treinta segundos los tres transportes habían desaparecido o estaban inutilizados.

El teniente vio como su sargento trataba de poner orden entre los soldados, aún aturdidos igual que él. Poco a poco el pitido que atronaba sus oídos fue cediendo. Durante un segundo deseó que continuase. El pitido fue cambiando, volviéndose más grave y retumbante. El suelo temblaba por la vibración. Al norte, saliendo de entre los cráteres y escombros que formaban el terreno circundante, una marea viviente llenó el horizonte.

A derecha e izquierda las baterías de Eco Uno y Tres comenzaron a escupir líneas de proyectiles trazadores y misiles, impactando contra la oleada de tropas enemigas. El teniente se giró para mirar su propio fortín, preguntándose por qué sus baterías no se unían al fuego. Al menos una de ellas había sido arrancada completamente. Un fragmento del transporte que estalló supuso. Otra echaba humo a causa de los daños causados por la lluvia de cascotes. La tercera permanecía simplemente en silencio.

- ¡Señor! ¡Señor! - no oyó a su sargento - ¡Teniente! ¡Maldita sea, se nos echan encima! - por fin, reaccionó, mirando hacia donde señalaba el veterano suboficial. La marea de tropas del Caos estaba a punto de trabar contacto con la primera línea del perímetro que habían formado sus soldados para proteger los transportes.

- Que se replieguen... - dijo vacilante - ...tenemos... ¡Maldita sea, todos adentro! ¡Al fortín! - La orden tampoco hacía falta, ya que la mayoría de las tropas habían iniciado ya la carrera hacia las puertas. Sólo la primera línea permanecía en su puesto, ya que sabían que no podrían alcanzar los muros del puesto Eco Dos antes de que los soldados del Caos se les echaran encima. "No... un momento...", pensó el teniente.

- ¡Sargento! - su suboficial le miró - ¡Que no entren! ¡Hay que mantener la línea! ¡Necesitamos esos suministros dentro, y hay que ayudar a aquellos soldados! - dijo señalando la primera línea, que ya intercambiaba disparos con los soldados del Caos.

- ¡Tercer Pelotón! ¡Conmigo! - y sin esperar respuesta, el sargento corrió a reforzar la primera línea. El Tercer Pelotón, tras un segundo de vacilación, corrió tras él.

- ¡Segundo Pelotón! ¡Terminen de descargar los suministros! - Rogó al Emperador para que el Primero y el Tercero aguantasen el embate del enemigo lo suficiente como para poder replegarse ordenadamente.

En lo alto de un promontorio, a una distancia relativamente segura, la risa del comandante enemigo volvió a escaparse por los respiradores de su roja armadura. Podía ver cómo sus grotescos y deformados seguidores avanzaban casi sin detenerse hacia el fortín. Sólo unos cuantos huecos en sus líneas delataban los puntos en los que los cadianos estaban resistiendo. Con un ademán de la mano olvidó a los cultistas, que no eran más que carne de cañón, y centró su atención en las tropas que le esperaban tras el promontorio.

Los cinco transportes rhino, con los emblemas de las legiones traidoras, esperaban con los motores en marcha. Medio centenar de marines de caos esperaban las órdenes de su comandante. Sólo dijo "¡En marcha!". Y embarcaron en los transportes.

Frente al fortín, los cadianos resistían a duras penas el asalto enemigo. Las dos baterías restantes habían comenzado a disparar. Una de ellas apenas podía moverse. El teniente supuso, acertadamente, que debían estar manejando la torreta manualmente. Los proyectiles de cañón automático barrían sin cesar las líneas del Caos. Cogió el transmisor que le mantenía en contacto con su sargento.

- Sargento. Empiecen a replegarse - El segundo pelotón había terminado de descargar el dañado transporte, y ahora estaban parapetados a su alrededor dando apoyo a sus compañeros más adelantados. El teniente incluso vio a varios tripulantes de la nave que habían cogido rifles disparar contra las tropas del Caos.

Ordenadamente el primer pelotón empezó a retroceder mientras el tercero le cubría. A continuación, intercambiando los papeles, el primero se detuvo para cubrir la retirada del tercero. Poco a poco fueron replegándose hacia el transporte donde les esperaban sus compañeros.

- ¿No vamos a ayudarles? - preguntó el exarca mientras Sayëan miraba la pantalla. Sabía que el Kano Ëaressi sentía cierta simpatía por los cadianos - Los marines traidores pronto se les echarán encima desde las colinas.

Sayëan miró por encima de su hombro al exarca. Ambos sabían que su misión era otra, y que además, en medio de tanta confusión probablemente ambos bandos les atacarían en cuanto interviniesen. A pesar del silencio dentro del transporte de mando del destacamento de Sayëan las pantallas dejaban constancia del caos que reinaba ahí afuera. El Kano sonrió con tristeza ante el juego de palabras.

- Intercepta las comunicaciones imperiales - dijo al guardián de la consola de comunicaciones - Diles que una columna de transportes les atacará por el noroeste - esperaba que eso fuese suficiente - En gótico - recalcó Sayëan.

Siguió mirando las pantallas mientras el guardián de comunicaciones cumplía la orden. Oyó como daba el aviso en gótico alto, sin apenas acento. Sabía que al otro lado de la línea se preguntarían quién hablaba.

- Kano, el oficial al mando exige una identificación. No nos creen - Sayëan frunció el ceño. Cogió un micrófono conectado a la consola y meditó unos segundos.

- ¡Mueva a sus hombres, maldito estúpido! ¡Una columna de marines está a punto de atacarles por el flanco izquierdo! - En el compartimento del transporte todos se sobresaltaron ante las palabras del Kano Ëaressi, que habló en el gótico más bajo que recordaba. Al otro lado permanecieron en silencio.

- Si se trata de una broma... - la voz del teniente sonaba furiosa. De fondo se escuchaban disparos y explosiones.

- No es una broma, Soldado - Esta vez Sayëan habló en gótico alto.

- Se están moviendo - anunció el oficial de sensores - Está desplazando armas pesadas al flanco.

- Bien hecho Soldado - Sayëan hizo una señal al guardián de comunicaciones para que cortase.

- ¿Quién diablos...? - La línea se cortó.

El primer rhino apareció como por ensalmo a apenas unos cientos de metros de las líneas imperiales. Los artilleros de las dotaciones se sorprendieron de su aparición. El teniente no había explicado por qué debían cambiar de posición, pero parecía que había previsto la aparición de los transportes. Sin dudarlo, abrieron fuego.

Dentro del tercer rhino, el comandante del destacamento gritó de frustración cuando vio volar en pedazos el primer vehículo de la columna. El segundo, tratando de esquivar los restos acabó en una zanja y volcó. El conductor del vehículo de mando, más experimentado, viró bruscamente y se cubrió de la andanada láser tras unos escombros. El cuarto no tuvo tanta suerte, impactado de lleno por un misil. El quinto tuvo tiempo de esconderse tras un terraplén. Varios disparos de mortero, procedentes de Eco Uno, remataron el rhino volcado.

En unos segundos su asalto había sido desbaratado. Sólo sobrevivían dos rhinos. Veinte marines, de 5 transportes y 50 soldados. Presa de la rabia, el comandante hizo desembarcar a su escolta y dio orden a la otra escuadra superviviente de que hiciese lo mismo. De un modo u otro asaltaría ese fortín. Kars Galedon ya había resistido bastante. A su orden, los veinte marines, él incluido, cargaron hacia las líneas imperiales.

El rugido sorprendió a los artilleros. Después de la euforia inicial por acabar con los transportes no esperaban una carga a la desesperada. Dispararon contra las dos escuadras que corrían hacia su posición, pero los blancos eran demasiado rápidos y pequeños y sólo lograron alcanzar a unos pocos. Pronto acortaron distancias. Incluso podían oír el zumbido mecánico de las espadas sierra. Los proyectiles de bólter empezaron a impactar a su alrededor. Respondieron con el fuego de los rifles y las armas pesadas, pero ya era tarde. Los doce marines supervivientes despedazaron a las dotaciones.

Con un grito triunfal el comandante señaló hacia el fortín, donde los cadianos ya se habían replegado alrededor de las puertas resistiendo el empuje de los cultistas. Los marines cargaron de nuevo.

- ¡Los marines! ¡Disparen a los malditos marines! - gritó el teniente por la radio, tratando de llamar la atención de sus baterías. En Eco Uno escucharon el aviso y comenzaron a disparar, abatiendo a los cultistas que ahora rodeaban el avance de los marines, que incluso se abrían paso destrozando a sus propias tropas.

- ¡Adentro, todos adentro! - ordenó el teniente - ¡Hay que cerrar las puertas! - los marines se les echaban encima. Sólo quedaban siete.

Por fin, una de las baterías de Eco Dos hizo blanco. Una explosión de plasma envolvió a los marines supervivientes. Los cultistas, al ver caer a los marines, se detuvieron en seco. Sólo esporádicos disparos rompieron el silencio, que duró unos segundos mientras el plasma se disipaba después de vitrificar el terreno alrededor de los marines traidores. El teniente suspiró casi aliviado, pero el aire no terminó de salir de sus pulmones. Algo estaba en el lugar donde sólo deberían quedar restos fundidos.

Era grande. Lo más grande que habían visto nunca. Les miró con una expresión mezcla de desdén y furia. Las baterías comenzaron a disparar, pero los disparos no causaron daño alguno. Los soldados corrieron hacia las puertas, que empezaban a cerrarse. El teniente y su pequeña escolta fueron los últimos en llegar. Tuvo que ordenar al sargento que entrase, o se habría quedado a esperarle. Se volvió para mirar hacia el enemigo.

El demonio era casi tan alto como las puertas, diseñadas para que pudiese pasar un tanque baneblade. En ese instante deseó tener uno al lado. El demonio le miró fijamente y el terror le invadió. Ni siquiera se dio cuenta de la explosión de sus baterías, abatidas por las armas pesadas de los cultistas, que con renovado valor reiniciaron el asalto al ver a su señor.

- ¿Quién...? - preguntó la bestia en una mezcla de gruñido y trueno. El teniente reaccionó gracias al instinto y el entrenamiento, ya que su mente estaba paralizada por el miedo. Alzó la pistola y disparó sin pensar siquiera que era imposible causar daño al demonio con esa arma. Con una carcajada el demonio levantó su hacha, pero un zumbido estridente, casi un chillido, hizo que detuviese el arma en el aire. Giró la cabeza y miró por encima de su deforme hombro. El teniente también miró tras la bestia.

La nube de brillantes objetos alcanzó al demonio en el torso, cortando la demoníaca carne en multitud de pedazos. Sólo se escuchó un borboteo quejumbroso saliendo de la garganta cercenada por los afilados proyectiles. Una fina lluvia de sangre, negra y espesa, cayó sobre el teniente y su escuadra. El nauseabundo olor se abrió paso a través del humo del combate.

Los proyectiles atravesaron el cuerpo y fueron a incrustarse en los muros del fortín, penetrando profundamente. El demonio se tambaleó, con el torso destrozado. La sangre salía a borbotones por los cientos de cortes. La mandíbula le colgaba a un lado, casi arrancada. El brazo que sostenía el hacha aún permanecía milagrosamente alzado, mientras que el otro yacía en el suelo, cortado a la altura del codo, y las alas estaban hechas jirones. La destrozada cabeza giró para volver a mirar al teniente y emitió un ronco rugido. El teniente escuchó un ligero click a su espalda. Al darse cuenta de su significado se agachó y pegó el cuerpo al suelo, cubriéndose la cabeza con los brazos.

El misil impactó a bocajarro, destrozando lo que quedaba del torso y esparciendo los pedazos alrededor de la entrada del fortín. El teniente levantó la cabeza y vio como el hacha caía al suelo, clavándose a un par de metros de él. Oyó un grito de júbilo y, al girar la cabeza para mirar hacia la puerta, vio a sus hombres salir corriendo del fortín para perseguir a los cultistas que viendo a su señor muerto ya habían empezado a huir. En medio de la puerta, el sargento sostenía sonriente el humeante y vacío tubo del lanzamisiles.

Apenas cinco minutos más tarde el teniente daba su informe al Puesto de Mando. El sargento le hizo una seña negativa cuando iba a preguntar por el desconcertante aviso por radio. Tampoco mencionó las ráfagas de proyectiles que ahora estaban incrustados en los muros de Eco Dos. Cortó la comunicación después de recibir una felicitación de su comandante en jefe. Miró al sargento.

- ¿Quién...? - le susurró. Pero recibió una respuesta distinta a la que recibió el demonio: El sargento simplemente se encogió de hombros y dándose la vuelta se fue a buscar a algún soldado remolón al que gritarle, dejando a su teniente mirando, sin ver, por la ranura del búnker que daba al exterior. El cielo parecía un poco menos gris.

Cincuenta kilómetros al nordeste de Eco Dos los dos transportes Ëaressi volaban a toda velocidad, contorneando el terreno a apenas diez metros del suelo y protegidos por sus campos de ocultación. En el transporte de mando Sayëan se alegraba de haber ordenado disparar sólo una andanada de misiles shúriken. Con un suspiro ordenó al piloto que acelerase para alcanzar a los otros cuatro transportes, que ya esperaban alrededor de megalito. Si, definitivamente le caían bien los cadianos.